La mirada desnuda.
Tal vez todo lo que llamamos espíritu sea el movimiento de la materia.
Malevich, 1922
Vacío es el espacio en exilio continuo de sí mismo.
Exilio es recorrer caminos, caminar, observar.
Ausencia de mímesis interior, abrirse a una mirada diferente.
Entro en esa ausencia, y sólo queda la música de las esferas, casi transparentes.
Cruzo el llano inconmensurable, y percibo la quietud vibrante de un tiempo recobrado.
Lo esférico. El llano. La luz traslúcida, circular y las superficies tejidas proceden de algún lugar común. Su origen, o su esencia, un espacio intermedio y borroso, que busco silenciar. Esa esencia, tiene la misma voz. Abandono el equilibrio entre forma y color y la composición se vuelve difusa y percibo el gesto no voluntario, sin intención, generado desde el interior. Me acerco hacia ese Lugar común donde sólo es posible un estado meditativo, poca voluntad, allí donde se engendra el descubrimiento, donde la técnica encuentra su razón de ser en ese libre decurso del acto creador. Allí, la permeabilidad de dos voces diferentes es posible. Se cruzan y cruzo el origen de esa luz y me descubro cruzando superficies antiguas y silenciosas. Como entre un cielo y una tierra. Atravieso el color y creo llegar a ese interludio que las une, a esa misma naturaleza originaria, casi indescriptible, que acoge mi mirada.
Tras una epifanía de la destrucción de las voluptuosas asociaciones, la esencialidad se torna observación conjunta. Me recojo y miro más de cerca. Apenas queda nada, apenas ideas o pensamientos, sólo mirada, y mi sentimiento de la materia se aleja. Duración no interrumpida de la mirada.
Revivo el olvido para entregarme a las imágenes. Me alejo sin perder la cercanía. Y ascienden en mí sombras de vidas que no he vivido nunca. En esa resurrección inicio el camino del retorno. Regreso desde la desfiguración. Abandono el Lugar remoto e inaccesible de la memoria y puedo ver la pintura y la tela. Múltiples esferas en suspensión, y planos casi monocolores. Forma y color se tornan espejo donde observarme. La desnudez es posible y los sentimientos, ya sin nombre, emergen hacia la composición, sólo hacia ella. Tal vez en ese momento comprenda que nada es lo que parece. Tal vez en ese momento pueda deslizarme una y otra vez hacia cada detalle, hacia la composición, hacia la forma, hacia el color.
Tal vez en ese momento pueda ver más allá de la primera evocación.
Jaime de Sandoval